Óscar Arias Sánchez
Presidente de la República
Brindis en la cena ofrecida a los jefes de Estado y de Gobierno, con ocasión de la XI Cumbre del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla
Hacienda Pinilla, Guanacaste
28 de julio de 2009
Excelentísimos señores y Jefes de Estado y de Gobierno, amigas y amigos:
Es para mí un honor recibirlos en Guanacaste. En una provincia que en épocas precolombinas forjó su identidad mesoamericana. Aquí, como en ninguna otra región de Costa Rica, crecieron profundas y vigorosas las raíces de nuestra amistad. Por eso, es probable que al descender de sus aviones, hayan tenido la sensación de haber arribado a un lugar conocido. No sería de extrañar que un colorido pueblito de la zona, les haya evocado una imagen familiar; que el campesino a su paso los saludó amablemente, lleven sus mismos apellidos; que los alimentos que están a punto de probar, estén hechos con los mismos ingredientes con que cocinaban sus abuelas; que las iglesias de lugar les hayan recordado una oración que se reza en sus propios pueblos; que los bosques secos, la tierra roja, las arenas blancas y el zafiro del mar, traigan a su memoria los veraneos de infancia. Sean bienvenidos a esta casa mesoamericana.
Lamento que nuestra reunión, que debió haber sido de júbilo se haya visto empañada por los acontecimientos ocurridos recientemente en Honduras. Lamento una vez más, que tengamos que hablar no solo de un futuro que podemos construir, sino también sobre un pasado que debemos abandonar. Una nación de este sistema de diálogo y concertación, que debería estar aquí, haciendo propuestas y soñando sin ataduras sobre su inmenso potencial, se debate hoy entre difíciles decisiones, ante el avance implacable de un reloj que camina en contra de uno de los pueblos más pobres del mundo. Esta noche formulo un mensaje de solidaridad a nuestros hermanos hondureños, cuya dolorosa experiencia envía, como los aborígenes precolombinos señales de humo a todas las naciones de Mesoamérica.
Con demasiada frecuencia, las naciones latinoamericanas son víctimas de la premura y la impaciencia, con demasiada frecuencia, desprecian los mecanismos democráticos por arduos y complicados. Con demasiada frecuencia fustigan al diálogo por lento y cansado. Pero quienes así lo hacen, están ladrándole al árbol equivocado. Porque el problema de nuestras democracias es precisamente la nociva tendencia a atribuirles la culpa de nuestros males. Exactamente como hacía el protagonista de un hermoso cuento costarricense, escrito por Carlos Salazar Herrera, que narraba la historia de un indio abatido por la muerte de su esposa. Incapaz de reconocer su dolor, aquel indio se obsesiona por la búsqueda de un grillo que, según él, es la causa de su desvelo. Tras desesperados intentos por encontrar el insecto, y cada vez más alterado por su precaria condición emocional, en un arrebato de cólera, decide prenderle fuego al rancho que había construido en una costa como esta. El desvelo no estaba en el grillo, de la misma manera que el problema no está en la democracia.
Aunque el diálogo sea lento, aunque los mecanismos democráticos sean complejos, no hay que desfallecer. Aquello que desvela a nuestra poblaciones, la falta de oportunidades, la pobreza, la ignorancia, la inseguridad, no se silenciará prendiéndole fuego al rancho. Para acallarlo, para solventar los problemas que durante décadas han asediado a nuestros pueblos, como dicen los novios, “tenemos que hablar”.
Brindo entonces porque nuestro diálogo sea fértil y respetuoso, porque siempre encontremos palabras para decir lo que estamos pensando, porque pronto veamos señales de humo blanco emerger en la línea del horizonte de Honduras.
Salud
Presidente de la República
Brindis en la cena ofrecida a los jefes de Estado y de Gobierno, con ocasión de la XI Cumbre del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla
Hacienda Pinilla, Guanacaste
28 de julio de 2009
Excelentísimos señores y Jefes de Estado y de Gobierno, amigas y amigos:
Es para mí un honor recibirlos en Guanacaste. En una provincia que en épocas precolombinas forjó su identidad mesoamericana. Aquí, como en ninguna otra región de Costa Rica, crecieron profundas y vigorosas las raíces de nuestra amistad. Por eso, es probable que al descender de sus aviones, hayan tenido la sensación de haber arribado a un lugar conocido. No sería de extrañar que un colorido pueblito de la zona, les haya evocado una imagen familiar; que el campesino a su paso los saludó amablemente, lleven sus mismos apellidos; que los alimentos que están a punto de probar, estén hechos con los mismos ingredientes con que cocinaban sus abuelas; que las iglesias de lugar les hayan recordado una oración que se reza en sus propios pueblos; que los bosques secos, la tierra roja, las arenas blancas y el zafiro del mar, traigan a su memoria los veraneos de infancia. Sean bienvenidos a esta casa mesoamericana.
Lamento que nuestra reunión, que debió haber sido de júbilo se haya visto empañada por los acontecimientos ocurridos recientemente en Honduras. Lamento una vez más, que tengamos que hablar no solo de un futuro que podemos construir, sino también sobre un pasado que debemos abandonar. Una nación de este sistema de diálogo y concertación, que debería estar aquí, haciendo propuestas y soñando sin ataduras sobre su inmenso potencial, se debate hoy entre difíciles decisiones, ante el avance implacable de un reloj que camina en contra de uno de los pueblos más pobres del mundo. Esta noche formulo un mensaje de solidaridad a nuestros hermanos hondureños, cuya dolorosa experiencia envía, como los aborígenes precolombinos señales de humo a todas las naciones de Mesoamérica.
Con demasiada frecuencia, las naciones latinoamericanas son víctimas de la premura y la impaciencia, con demasiada frecuencia, desprecian los mecanismos democráticos por arduos y complicados. Con demasiada frecuencia fustigan al diálogo por lento y cansado. Pero quienes así lo hacen, están ladrándole al árbol equivocado. Porque el problema de nuestras democracias es precisamente la nociva tendencia a atribuirles la culpa de nuestros males. Exactamente como hacía el protagonista de un hermoso cuento costarricense, escrito por Carlos Salazar Herrera, que narraba la historia de un indio abatido por la muerte de su esposa. Incapaz de reconocer su dolor, aquel indio se obsesiona por la búsqueda de un grillo que, según él, es la causa de su desvelo. Tras desesperados intentos por encontrar el insecto, y cada vez más alterado por su precaria condición emocional, en un arrebato de cólera, decide prenderle fuego al rancho que había construido en una costa como esta. El desvelo no estaba en el grillo, de la misma manera que el problema no está en la democracia.
Aunque el diálogo sea lento, aunque los mecanismos democráticos sean complejos, no hay que desfallecer. Aquello que desvela a nuestra poblaciones, la falta de oportunidades, la pobreza, la ignorancia, la inseguridad, no se silenciará prendiéndole fuego al rancho. Para acallarlo, para solventar los problemas que durante décadas han asediado a nuestros pueblos, como dicen los novios, “tenemos que hablar”.
Brindo entonces porque nuestro diálogo sea fértil y respetuoso, porque siempre encontremos palabras para decir lo que estamos pensando, porque pronto veamos señales de humo blanco emerger en la línea del horizonte de Honduras.
Salud
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