VIGÍAS DE LA DEMOCRACIA
Óscar Arias Sánchez
Presidente de la República
Inauguración de la XI Cumbre del Mecanismo de Tuxtla
Hacienda Pinilla, Guanacaste
29 de julio de 2009
Excelentísimos Presidentes, amigas y amigos:
La democracia es un sistema incompatible con el descanso. Debemos velar su sueño y custodiar su vigilia; porque lo que en ella se construye de día, puede con facilidad destruirse en la noche. El demócrata realista sabe que siempre debe montar guardia, porque no hay victoria política irreversible ni progreso institucional que no esté sujeto a cambios y retrocesos. Aquello que ven nuestros ojos al caer la tarde, puede no estar ahí al primer despunte del alba. Y de eso dan fe, tristemente, los hermanos hondureños.
Por más de veinte años labramos con denuedo la paz y el Estado de Derecho en nuestras naciones centroamericanas. Por más de veinte años hicimos prevalecer la ley sobre la fuerza, y la institucionalidad democrática sobre el capricho individual. Por más de veinte años reforzamos la existencia de gobiernos elegidos por el pueblo, respaldados por poderes independientes y mutuamente controlados. Por más de veinte años tejimos con paciencia un manto constitucional para cobijar a nuestros ciudadanos. Y una noche bastó para que una Penélope violenta destejiera aquel manto y anudara su lana en un ovillo enredado, que la comunidad internacional ha calificado como un golpe de Estado. El sol se puso sobre una frágil democracia centroamericana, y amaneció sobre una democracia quebrantada. Valga esta trágica historia como una advertencia para todas las otras democracias del continente, que no están exentas de correr igual designio. Valga esta historia para recordar que de fortaleza institucional se trata.
Hemos venido aquí perseguidos por una inmensa jauría de angustias y desafíos. Cada quien ha cargado a este lugar su propio morral de problemas. Pero lo cierto es que ninguno de esos problemas podrá ser solucionado si no atendemos con urgencia la salud de nuestros Estados, si no revisamos cuidadosamente la capacidad de nuestros ordenamientos de responder a las coyunturas y a las exigencias de los tiempos. Es cierto que el reto de combatir el narcotráfico es colosal, pero también es cierto que combatirlo es virtualmente imposible sin un Poder Ejecutivo capaz de emitir leyes y políticas oportunas, sin un Congreso capaz de aprobarlas con celeridad, sin un Poder Judicial y una Policía Nacional capaces de aplicarlas de manera eficiente, y sin una cooperación internacional consciente de que las narcobandas que huyen de un país emigran casi siempre a sus países vecinos. Es cierto que la gripe AH1N1 ha llevado a nuestras poblaciones al borde del pánico, pero también es cierto que atender esta pandemia pasa primero por contar con sistemas de salud universales, bien equipados y bien financiados, y por la autoridad de un Gobierno que emite órdenes con la certeza de que serán acatadas por sus ciudadanos. Es cierto que nuestras economías han sufrido una poderosa sacudida durante el último año, fruto de una crisis internacional que no provocamos, pero también es cierto que la respuesta a esa crisis depende de equilibrios previos que nada tienen que ver con la crisis económica: depende del éxito que hayamos tenido en regular los mercados sin asfixiarlos; de la capacidad de nuestros bancos centrales de dictar una atinada política monetaria; de la prudencia con que nuestros gobiernos hayan administrado su déficit fiscal; de la cultura de ahorro que haya desarrollado nuestra población; de la diversificación de nuestra producción nacional. Hemos venido aquí con una agenda. Pero esa agenda carece de sustento si no está respaldada por un entramado institucional que le otorgue viabilidad. Quisiera que esta reflexión nos acompañe durante el día, porque la mayor afrenta que podemos prodigarle al pueblo de Honduras en estas horas de incertidumbre, es la de desechar las lecciones que su experiencia invoca. Más de siete millones de hondureños nos piden que tengamos, al menos, la sabiduría de no cometer los mismos errores. Así es que hagamos de Honduras el cristal con que miremos los temas de esta Cumbre.
Los hechos ocurridos en Honduras son conocidos por todos ustedes. Es más, son reconocidos por ambos sectores del conflicto. Contrario a experiencias pasadas, no hay mayor discusión sobre qué ocurrió. La discusión es, en realidad, sobre cómo llamarlo. He insistido en que no tiene sentido continuar ese debate, porque es un debate de palabras. Y como bien supo Wittgenstein, por ahí podemos perder todas nuestras energías sin lograr un solo cambio en la realidad. El punto está en que la comunidad internacional calificó lo ocurrido como un golpe de Estado, y la respuesta ha sido la de un golpe de Estado. La nación hondureña enfrenta ahora dos posibilidades: o revierte el camino andado, anulando ciertos actos, aunque hayan sido adoptados de buena fe y con la plena convicción de obedecer a las leyes y a la Constitución de la República; o enfrenta el ostracismo absoluto. Eso no es una amenaza ni un signo de enemistad hacia el pueblo hondureño. Es, tan solo, la reacción que el Derecho Internacional prevé para este tipo de circunstancias. Muchos hondureños han demostrado cierta valentía en pretender soportar la condición de paria en la comunidad internacional, durante los próximos seis meses. Pero esa supuesta valentía, que procura preservar la dignidad del pueblo de Honduras, le hace daño al mismo pueblo que pretende proteger. Porque antes que un sentido de dignidad y de perfección democrática, el pueblo hondureño necesita pan y agua. Y eso quiere decir, en la práctica, comercio exterior, producción interna estable, inversión extranjera y ayuda internacional. Ninguna de esas cosas existirá si no se reestablece el orden constitucional. Ignorarlo no es señal de heroísmo sino de ceguera.
Como mediador en este conflicto, he presentado a los sectores hondureños, y a la comunidad internacional, un documento conocido como el Acuerdo de San José. Quiero agradecerles profundamente por haberle dado su apoyo. Hoy les pido que no desistamos en este esfuerzo. No bajemos los brazos en la lucha por lograr una solución pacífica al conflicto hondureño. Porque en la democracia no hay opciones perfectas. Hay opciones mejores o peores. El Acuerdo de San José no debe ser considerado aisladamente, sino confrontado con las alternativas. Les puedo asegurar que esas alternativas existen, pero dificultan aún más el diálogo entre los hermanos hondureños. Y sólo el diálogo puede traer la reconciliación a un pueblo ya profundamente dividido por cicatrices que se ensanchan diariamente. Cada día que pasa, los hermanos hondureños recrudecen sus posturas y antagonizan más con quienes piensan distinto. Cada día que pasa, aquellos que hace unas semanas eran amigos, empiezan a verse poco a poco como enemigos. Cada día que pasa, los sectores se alejan más de ese centro en donde está la virtud, como nos dijo Aristóteles hace tantos siglos.
El Acuerdo de San José sigue vivo. Sigue vivo porque es una semilla sin germinar, que puede aún ser plantada en terreno fértil o dejada a su suerte en terreno yermo. Estamos a tiempo todavía, porque siempre es tiempo para la paz y la unidad nacional. Quiero decir públicamente algo que le he dicho a los negociadores en privado: ceder no es símbolo de debilidad, sino de profundo amor por Honduras. Las generaciones futuras no los verán como los golpistas o las víctimas de un golpe de Estado; no los verán como quienes insistieron en una cuarta urna o quienes se opusieron a ella. Los verán como los signatarios de un acuerdo fraternal, que supo sacrificar cualquier diferencia ante el altar de la reconciliación.
He dicho que lo ocurrido no es un orgullo para nadie. Pero su solución puede ser un orgullo para todos. Eso es algo que sólo es posible en la democracia, en donde el pobre puede ser rico, el analfabeto puede ser Licenciado, y un golpe de Estado puede dejar de ser una debacle para convertirse en una oportunidad. Hoy insto a los hondureños, una vez más, a que aprovechen esta oportunidad de transformar lo acontecido, a que se atrevan a coincidir y a alcanzar acuerdos. Bertolt Brecht dijo célebremente que no son tristes los pueblos que carecen de héroes, sino los pueblos que los necesitan. Ojalá nunca hubiéramos tenido que llegar hasta aquí, pero ya que el pueblo hondureño necesita héroes, espero que sus representantes sepan reconocer dónde reside el heroísmo. Porque los héroes no son aquellos que atraviesan campos de guerra con estandartes encendidos, sino aquellos que se sientan esperanzados a dialogar con sus opositores; no son aquellos que destruyen sin clemencia a sus adversarios, sino aquellos que construyen con ellos un futuro más digno para sus pueblos.
Transmitamos juntos ese mensaje. Defendamos juntos ese ideal. El pueblo de Honduras merece de nosotros, también, una cuota de heroísmo.
Amigas y amigos:
Qué frustrante resulta a veces observar cómo la historia gira sobre su propio eje. Que frustrante resulta comprobar cómo Latinoamérica aguarda perennemente en la antesala del desarrollo, y al intentar cruzar el umbral hace girar sobre sus goznes la puerta giratoria, para salir de nuevo al mismo sitio en donde se encontraba diez, veinte o treinta años atrás. Un aire de repetición ha invadido los últimos días en Latinoamérica, y es difícil no sentirse como Tántalo, intentando beber del agua que se encuentra siempre un poco más allá.
Pero hay razones para la esperanza. ¿Quién hubiera imaginado, veinte años atrás, que sería posible sentar a los sectores de un golpe de Estado en torno a una mesa de diálogo? ¿Quién hubiera creído, treinta años atrás, que sería posible pensar en la reversión voluntaria de un rompimiento del orden constitucional? Hemos cambiado y hemos cambiado para bien. La sola existencia de mecanismos de diálogo como el que hoy nos reúne, es un signo elocuente de la voluntad de progreso de nuestros pueblos.
Hoy les pido, con todas mis fuerzas, que intentemos de nuevo fijar un rumbo claro para nuestras democracias. Que no abandonemos la tarea de fortalecer las instituciones y el Estado de Derecho en todo el continente. Porque todavía podemos salir por el lado correcto de esa puerta giratoria. Todavía podemos entrar al salón principal del banquete del mundo. Hay que tener valentía y coraje, y un heroísmo consciente de que en estos tiempos, más que mártires de la patria, se requieren vigías de la democracia.
Muchas gracias.
Óscar Arias Sánchez
Presidente de la República
Inauguración de la XI Cumbre del Mecanismo de Tuxtla
Hacienda Pinilla, Guanacaste
29 de julio de 2009
Excelentísimos Presidentes, amigas y amigos:
La democracia es un sistema incompatible con el descanso. Debemos velar su sueño y custodiar su vigilia; porque lo que en ella se construye de día, puede con facilidad destruirse en la noche. El demócrata realista sabe que siempre debe montar guardia, porque no hay victoria política irreversible ni progreso institucional que no esté sujeto a cambios y retrocesos. Aquello que ven nuestros ojos al caer la tarde, puede no estar ahí al primer despunte del alba. Y de eso dan fe, tristemente, los hermanos hondureños.
Por más de veinte años labramos con denuedo la paz y el Estado de Derecho en nuestras naciones centroamericanas. Por más de veinte años hicimos prevalecer la ley sobre la fuerza, y la institucionalidad democrática sobre el capricho individual. Por más de veinte años reforzamos la existencia de gobiernos elegidos por el pueblo, respaldados por poderes independientes y mutuamente controlados. Por más de veinte años tejimos con paciencia un manto constitucional para cobijar a nuestros ciudadanos. Y una noche bastó para que una Penélope violenta destejiera aquel manto y anudara su lana en un ovillo enredado, que la comunidad internacional ha calificado como un golpe de Estado. El sol se puso sobre una frágil democracia centroamericana, y amaneció sobre una democracia quebrantada. Valga esta trágica historia como una advertencia para todas las otras democracias del continente, que no están exentas de correr igual designio. Valga esta historia para recordar que de fortaleza institucional se trata.
Hemos venido aquí perseguidos por una inmensa jauría de angustias y desafíos. Cada quien ha cargado a este lugar su propio morral de problemas. Pero lo cierto es que ninguno de esos problemas podrá ser solucionado si no atendemos con urgencia la salud de nuestros Estados, si no revisamos cuidadosamente la capacidad de nuestros ordenamientos de responder a las coyunturas y a las exigencias de los tiempos. Es cierto que el reto de combatir el narcotráfico es colosal, pero también es cierto que combatirlo es virtualmente imposible sin un Poder Ejecutivo capaz de emitir leyes y políticas oportunas, sin un Congreso capaz de aprobarlas con celeridad, sin un Poder Judicial y una Policía Nacional capaces de aplicarlas de manera eficiente, y sin una cooperación internacional consciente de que las narcobandas que huyen de un país emigran casi siempre a sus países vecinos. Es cierto que la gripe AH1N1 ha llevado a nuestras poblaciones al borde del pánico, pero también es cierto que atender esta pandemia pasa primero por contar con sistemas de salud universales, bien equipados y bien financiados, y por la autoridad de un Gobierno que emite órdenes con la certeza de que serán acatadas por sus ciudadanos. Es cierto que nuestras economías han sufrido una poderosa sacudida durante el último año, fruto de una crisis internacional que no provocamos, pero también es cierto que la respuesta a esa crisis depende de equilibrios previos que nada tienen que ver con la crisis económica: depende del éxito que hayamos tenido en regular los mercados sin asfixiarlos; de la capacidad de nuestros bancos centrales de dictar una atinada política monetaria; de la prudencia con que nuestros gobiernos hayan administrado su déficit fiscal; de la cultura de ahorro que haya desarrollado nuestra población; de la diversificación de nuestra producción nacional. Hemos venido aquí con una agenda. Pero esa agenda carece de sustento si no está respaldada por un entramado institucional que le otorgue viabilidad. Quisiera que esta reflexión nos acompañe durante el día, porque la mayor afrenta que podemos prodigarle al pueblo de Honduras en estas horas de incertidumbre, es la de desechar las lecciones que su experiencia invoca. Más de siete millones de hondureños nos piden que tengamos, al menos, la sabiduría de no cometer los mismos errores. Así es que hagamos de Honduras el cristal con que miremos los temas de esta Cumbre.
Los hechos ocurridos en Honduras son conocidos por todos ustedes. Es más, son reconocidos por ambos sectores del conflicto. Contrario a experiencias pasadas, no hay mayor discusión sobre qué ocurrió. La discusión es, en realidad, sobre cómo llamarlo. He insistido en que no tiene sentido continuar ese debate, porque es un debate de palabras. Y como bien supo Wittgenstein, por ahí podemos perder todas nuestras energías sin lograr un solo cambio en la realidad. El punto está en que la comunidad internacional calificó lo ocurrido como un golpe de Estado, y la respuesta ha sido la de un golpe de Estado. La nación hondureña enfrenta ahora dos posibilidades: o revierte el camino andado, anulando ciertos actos, aunque hayan sido adoptados de buena fe y con la plena convicción de obedecer a las leyes y a la Constitución de la República; o enfrenta el ostracismo absoluto. Eso no es una amenaza ni un signo de enemistad hacia el pueblo hondureño. Es, tan solo, la reacción que el Derecho Internacional prevé para este tipo de circunstancias. Muchos hondureños han demostrado cierta valentía en pretender soportar la condición de paria en la comunidad internacional, durante los próximos seis meses. Pero esa supuesta valentía, que procura preservar la dignidad del pueblo de Honduras, le hace daño al mismo pueblo que pretende proteger. Porque antes que un sentido de dignidad y de perfección democrática, el pueblo hondureño necesita pan y agua. Y eso quiere decir, en la práctica, comercio exterior, producción interna estable, inversión extranjera y ayuda internacional. Ninguna de esas cosas existirá si no se reestablece el orden constitucional. Ignorarlo no es señal de heroísmo sino de ceguera.
Como mediador en este conflicto, he presentado a los sectores hondureños, y a la comunidad internacional, un documento conocido como el Acuerdo de San José. Quiero agradecerles profundamente por haberle dado su apoyo. Hoy les pido que no desistamos en este esfuerzo. No bajemos los brazos en la lucha por lograr una solución pacífica al conflicto hondureño. Porque en la democracia no hay opciones perfectas. Hay opciones mejores o peores. El Acuerdo de San José no debe ser considerado aisladamente, sino confrontado con las alternativas. Les puedo asegurar que esas alternativas existen, pero dificultan aún más el diálogo entre los hermanos hondureños. Y sólo el diálogo puede traer la reconciliación a un pueblo ya profundamente dividido por cicatrices que se ensanchan diariamente. Cada día que pasa, los hermanos hondureños recrudecen sus posturas y antagonizan más con quienes piensan distinto. Cada día que pasa, aquellos que hace unas semanas eran amigos, empiezan a verse poco a poco como enemigos. Cada día que pasa, los sectores se alejan más de ese centro en donde está la virtud, como nos dijo Aristóteles hace tantos siglos.
El Acuerdo de San José sigue vivo. Sigue vivo porque es una semilla sin germinar, que puede aún ser plantada en terreno fértil o dejada a su suerte en terreno yermo. Estamos a tiempo todavía, porque siempre es tiempo para la paz y la unidad nacional. Quiero decir públicamente algo que le he dicho a los negociadores en privado: ceder no es símbolo de debilidad, sino de profundo amor por Honduras. Las generaciones futuras no los verán como los golpistas o las víctimas de un golpe de Estado; no los verán como quienes insistieron en una cuarta urna o quienes se opusieron a ella. Los verán como los signatarios de un acuerdo fraternal, que supo sacrificar cualquier diferencia ante el altar de la reconciliación.
He dicho que lo ocurrido no es un orgullo para nadie. Pero su solución puede ser un orgullo para todos. Eso es algo que sólo es posible en la democracia, en donde el pobre puede ser rico, el analfabeto puede ser Licenciado, y un golpe de Estado puede dejar de ser una debacle para convertirse en una oportunidad. Hoy insto a los hondureños, una vez más, a que aprovechen esta oportunidad de transformar lo acontecido, a que se atrevan a coincidir y a alcanzar acuerdos. Bertolt Brecht dijo célebremente que no son tristes los pueblos que carecen de héroes, sino los pueblos que los necesitan. Ojalá nunca hubiéramos tenido que llegar hasta aquí, pero ya que el pueblo hondureño necesita héroes, espero que sus representantes sepan reconocer dónde reside el heroísmo. Porque los héroes no son aquellos que atraviesan campos de guerra con estandartes encendidos, sino aquellos que se sientan esperanzados a dialogar con sus opositores; no son aquellos que destruyen sin clemencia a sus adversarios, sino aquellos que construyen con ellos un futuro más digno para sus pueblos.
Transmitamos juntos ese mensaje. Defendamos juntos ese ideal. El pueblo de Honduras merece de nosotros, también, una cuota de heroísmo.
Amigas y amigos:
Qué frustrante resulta a veces observar cómo la historia gira sobre su propio eje. Que frustrante resulta comprobar cómo Latinoamérica aguarda perennemente en la antesala del desarrollo, y al intentar cruzar el umbral hace girar sobre sus goznes la puerta giratoria, para salir de nuevo al mismo sitio en donde se encontraba diez, veinte o treinta años atrás. Un aire de repetición ha invadido los últimos días en Latinoamérica, y es difícil no sentirse como Tántalo, intentando beber del agua que se encuentra siempre un poco más allá.
Pero hay razones para la esperanza. ¿Quién hubiera imaginado, veinte años atrás, que sería posible sentar a los sectores de un golpe de Estado en torno a una mesa de diálogo? ¿Quién hubiera creído, treinta años atrás, que sería posible pensar en la reversión voluntaria de un rompimiento del orden constitucional? Hemos cambiado y hemos cambiado para bien. La sola existencia de mecanismos de diálogo como el que hoy nos reúne, es un signo elocuente de la voluntad de progreso de nuestros pueblos.
Hoy les pido, con todas mis fuerzas, que intentemos de nuevo fijar un rumbo claro para nuestras democracias. Que no abandonemos la tarea de fortalecer las instituciones y el Estado de Derecho en todo el continente. Porque todavía podemos salir por el lado correcto de esa puerta giratoria. Todavía podemos entrar al salón principal del banquete del mundo. Hay que tener valentía y coraje, y un heroísmo consciente de que en estos tiempos, más que mártires de la patria, se requieren vigías de la democracia.
Muchas gracias.
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